Si les digo que Félix Revuelta (Hoz de Valdivielso, Burgos, 1947) es presidente ejecutivo del Grupo Kiluva, no les va a sonar mucho. Pero si añado que Kiluva es a su vez el dueño de Naturhouse, seguro que lo sitúan. ¿Cómo ha acabado este humildísimo nieto de agricultores al frente de una multinacional de la dieta que cuenta con más de 2.000 franquiciados y está presente en 32 países?
A base de equivocarse «con esfuerzo y tesón».
Las memorias que acaba de publicar se llaman justamente El fracaso es el principio del éxito y en ellas cuenta que su padre era guardia civil y él se disponía a seguir sus pasos cuando cayó en sus manos la biografía de Lee Iacocca (titulada algo narcisistamente Iacocca). Aquel libro le cambió la vida. «Yo quiero ser como él», se dijo. Dejó la benemérita, se licenció en Económicas y empezó a trabajar en Térmicas del Besós, una empresa del INI, a la espera de su oportunidad.
Lo que sigue es una transcripción extractada y editada de la charla que mantuvimos en The Objective, y que puede verse o escucharse íntegra en distintos soportes.
Pregunta.- ¿Cómo se te ocurrió crear Naturhouse? Mucha gente leyó sin duda Iacocca, pero no todos han levantado una multinacional.
Respuesta.- Recuerdo que en aquella época [1973] mi mujer [Luysa Rodríguez] y yo vivíamos en Barcelona. Teníamos muy poco dinero y, para pagar las letras del piso, me dedicaba por las tardes a hacer estudios económicos. Cataluña estaba entonces llena de pequeñas compañías cuyos dueños no tenían mucha formación y yo les asesoraba. Una de aquellas pymes resultó ser del afamado doctor [Antonio] Puigvert [creador de la fundación urológica que lleva su nombre]. Me dijo: «Tiene usted que mirarme este negocio [Dietisa] que lleva mi hijo. Me debe ya 20 millones de pesetas y no sé si seguir poniendo dinero o cortar el grifo». La empresa se dedicaba a la dietética, pero no tenía nada que ver con lo que se hace ahora, vendían sobre todo hierbas y cosas de la época. Total, que hice el estudio, concluí que era viable, cobré mis 25.000 pesetas y, al cabo de un mes, me llama Puigvert y me dice: «Oiga, joven, esto que ha escrito usted, ¿lo podría desarrollar también?». «Pues no lo sé —le dije—, déjeme unos días». Aunque no era una decisión fácil, finalmente le dije a mi mujer: «Mira, en el INI no hay modo de hacer carrera, porque si no tienes un padrino no asciendes, así que nos la jugamos». Fui a ver a Puigvert y le dije muy digno: «Quiero el 10% de las acciones». Luego me di cuenta de que, si le hubiera pedido el 40%, me lo hubiera dado igual. En cualquier caso, me puse en marcha y pensé: ¿quiénes son los mejores en este sector? Los estadounidenses. Pues venga, le dije a mi mujer, vámonos a San Francisco, y allí descubrí un mundo nuevo. En España nadie hablaba de estética ni de salud ni de forma física. Al revés. Hacer régimen era signo de mala salud. En Estados Unidos, los productos dietéticos eran para personas sanas, que querían estar a gusto con sus cuerpos. De vuelta en Dietisa empecé a cambiarlo todo y, en 13 años, aquella ruina de negocio que había cogido era líder del mercado.
P.- Y el hijo de Puigvert, ¿qué había sido de él?
R.- Seguía conmigo, pero ya tenía sus años, era mayor que yo y, como había ganado un dinero y quería disfrutarlo, cuando [la química y farmacéutica francesa] Rhône Poulenc hizo una oferta por Dietisa, ni él ni su padre se lo pensaron dos veces antes de vender. Los nuevos dueños me ofrecieron la posibilidad de quedarme, pero irme de director general a París no me seducía y en 1986, con lo que había cobrado por la venta de mis acciones, decidí instalarme por mi cuenta y fundar el family office [gestora de un patrimonio familiar] Kiluva, acrónimo formado con las sílabas iniciales de mi hijo Kilian, mi mujer Luysa y mi hija Vanessa. ¿Y dónde podía yo rentabilizar mejor una inversión? En el área que ya dominaba, que era la dietética. Creé mi propia línea y me dediqué a comercializarla, hasta que en 1990 todo cambia con la liberalización. De repente, cualquiera podía fabricar aquellos productos sin pasar por los largos y costosos registros sanitarios y, al desaparecer esa barrera, irrumpieron nuevos competidores y nuestras ventas cayeron.
P.- ¿Y qué hiciste?
R.- Irme otra vez a Estados Unidos y analizar cómo se las arreglaban los grandes del sector. Y me di cuenta de que lo que necesitaba era reagrupar toda la actividad bajo una marca que fuera reconocible en todas partes. Así surgió Naturhouse. La registramos en muchos países y [en 1992] abrimos una primera tienda en Vitoria.
P.- ¿Por qué Vitoria?
R.- Es una ciudad que se presta bien a los estudios de campo: es rural e industrial, es vasca y castellana… Me permitió afinar la oferta y, cuando la tuve más pulida, pensé: «¿Cómo se comportará el producto en una ciudad turística?» Y lancé una segunda tienda en Las Palmas. Y luego dije: «Ahora vamos a coger sector alto», y me fui a un gimnasio de lujo de Barcelona… Y así, poco a poco, mediante ensayo y error vi que había una fórmula que se basaba en dos principios: la reducción de peso y la reeducación alimenticia. A alguien que quiere adelgazar no lo puedes dejar que elija lo que considere más apropiado. Hay que darle el apoyo de un dietista que supervise su nutrición y lo mentalice para perseverar, porque nadie pierde 40 kilos de golpe. A partir de ahí y teniendo un producto que sabíamos que era rentable, franquiciamos un montón de puntos de venta de golpe.
«Los españoles se ríen de los fracasos y lloran los éxitos. Si alguien triunfa, en seguida salta uno que dice: “Qué no habrá hecho…” Y cuando fracasa, falta tiempo para que otro comente: “Ya te lo decía yo que este era gilipollas”»
P.- Naturhouse está ahora embarcada en la expansión internacional y la digitalización. ¿Qué desafíos son más complicados? ¿Los que afronta el empresario ya establecido o los del emprendedor que parte de cero?
R.- Todo tiene su complicación, no hay nada fácil en la vida, yo me he pegado muchas tortas, pero muchísimas. Lo que pasa es que luego hay que reunir las fuerzas y seguir. Porque si las cosas no se siguen, no se consiguen. Esto es básico.
P.- Alguna vez se ha señalado que los españoles no sabemos fracasar. Los americanos y, sobre todo, los israelíes también se caen, pero se levantan, se sacuden el polvo y vuelven a la brecha. ¿Es algo que da el macizo de la raza?
R.- En Italia y en Francia sucede lo mismo que aquí. Yo no sé si es algo relacionado con nuestra educación cristiana o qué… Lo que sí sé es que los españoles se ríen de los fracasos y lloran los éxitos. Si alguien triunfa, en seguida salta uno que dice: «Qué no habrá hecho…». Y cuando fracasa, falta tiempo para que otro comente: «Ya te lo decía yo que este era gilipollas». Somos así de crueles y eso influye en que la gente se lo piense antes de emprender, pero hay que quitarse ese miedo. Fracasar es bueno. Yo he tenido muchos fracasos, y los cuento en el libro. A mí la vida me ha sacudido duro. Mi abuelo se dedicaba a la agricultura, pero era también carpintero, herrero, veterinario… En aquella época no había medios y tenías que saber de todo. Yo lo admiraba profundamente y un día, yendo a vender unos bueyes, uno de los animales lo enganchó por el chaleco, lo tiró y acabó bajo las ruedas de un camión. Para mí fue, que tenía 12 años, fue un golpe tremendo. Pero es que a los 19 mi padre se mató en un accidente de tráfico y, como yo era el mayor, tuve que hacerme cargo de mis hermanos. ¿Te debilita todo esto? Al contrario. Si sabes sobreponerte, te endurece.
«En Estados Unidos, nunca vas a captar fondos con las manos vacías. A mí, cuando un señor me presenta una idea genial, lo primero que le pregunto es: «¿Y tú cuánto pones?» Y si me responde que nada, pues yo tampoco pongo nada»
P.- A la hora de encajar un fracaso empresarial, también influye el tipo de financiación. Si has hipotecado tu casa para montar el negocio, dispones de un solo tiro, porque en el banco no te van a prestar más. Pero si el dinero lo aporta un grupo de inversores particulares es más fácil que te arriesgues de nuevo.
R.- Y luego hay otra cosa: en Estados Unidos, nunca vas a captar fondos con las manos vacías. Yo he visto a emprendedores que se tiran tres o cuatro años simultaneando dos empleos. No gastan ni un centavo, porque están 16 horas diarias trabajando, y cuando tienen reunidos 20.000 o 30.000 dólares, van al banco y le dicen: «Necesito 100.000 dólares, pero una parte la pongo de mis ahorros». Eso facilita las cosas. A mí, cuando un señor me presenta una idea genial, lo primero que le pregunto es: «¿Y tú cuánto pones?». Y si me responde que nada, pues yo tampoco pongo nada.
P.- Es la famosa diferencia entre implicación y compromiso: en un plato de huevos con beicon, la gallina está implicada y el cerdo está comprometido.
R.- Sí, Estados Unidos es el modelo a imitar y, gracias a Dios, muchos jóvenes españoles van ahora allí a estudiar.
«El nivel de formación de los jóvenes españoles es superior al de mi época. Aparte de dominar más lenguas, están más preparados en todos los ámbitos. Si tuviera que ponerles una pega, es que no tienen que hacer el servicio militar»
P.- ¿Qué piensas, por cierto, de los jóvenes españoles?
R.- Hay de todo… Su nivel de formación es superior al de mi época. Para empezar, son políglotas. Yo tengo un francés malo y un inglés peor y, como siempre he sido muy consciente de ello, a mis hijos les he obligado a estudiar varios idiomas. Mi hija [Vanessa] habla seis y mi hijo [Kilian] cuatro y, gracias a ello, pude apoyarme en ellos cuando inicié la expansión internacional… Pero aparte de dominar más lenguas, los jóvenes están hoy más preparados en todos los ámbitos. Si tuviera que ponerles una pega, es que no tienen que hacer el servicio militar, como nosotros.
P.- Yo lo hice y me pasé todo el tiempo llorando.
R.- Pero te formó, seguro… Muchos países lo están reintroduciendo [los bálticos y Suecia, además de Ucrania], porque te disciplina, te infunde amor por un país y una bandera, te enseña compañerismo, te permite conocer a tus compatriotas de otras regiones.
P.- Eso nos contaban, que la mili contribuía a vertebrar el país.
R.- Muchos catalanes no tienen hoy ningún trato con los andaluces. En el cuartel te juntabas con un gallego, con un madrileño, con un mallorquín… Cada uno tenía su tierra, y eso no es malo. Yo siempre digo que el nacionalismo es bueno, lo que no es bueno es el separatismo y el independentismo, eso es una falta de solidaridad… Pero lo fundamental era la disciplina. La mili te daba mucha.
«Los políticos viven de los empresarios. Si estos no crearan riqueza, ¿de dónde iba a sacar el Estado los medios para costear sus programas?»
P.- Aquí mismo, en THE OBJECTIVE, en uno de los episodios de la serie «Así empecé», te he oído recomendar el libro Madre tigre, hijos leones, cuya autora, Amy Chu, cuenta cómo educó a sus hijas en la excelencia, obligándolas a sacar siempre sobresalientes o a ensayar dos horas diarias de piano o violín. Y aunque reconoce que fue duro, volvería a hacerlo todo igual, porque las niñas se han graduado en Harvard y Yale, han tocado en el Carnegie Hall y son ahora profesionales de éxito.
R.- Es la historia real de un matrimonio mixto, compuesto por una mujer china y un hombre judío. Cuando se plantean la educación de sus niñas, el marido no tiene ningún problema en adoptar el método de la esposa, que básicamente consiste en exigencia, exigencia y exigencia.
P.- En el informe PISA, que mide el rendimiento académico en una treintena de países, las mejores calificaciones las sacan desde luego los asiáticos: China, Singapur, Macao… ¿A qué atribuyes el fracaso español?
R.– En otras culturas, como la judía, se han cultivado tradicionalmente talentos muy diversos. No estaba mal visto ser médico, banquero, intelectual… Entre los cristianos, con manejar la espada ya era bastante.
«Viendo el ejemplo que dan algunos gobernantes, que mienten más que hablan, que gastan lo que no tienen y que no administran bien, no me extraña que muchos ciudadanos se resistan a tributar»
P.- Los empresarios tampoco estaban bien vistos, y siguen sin estarlo. ¿Qué te parecen los ataques de Podemos y Sumar contra el presidente de Mercadona, Juan Roig, y el de Inditex, Amancio Ortega?
R.- Es un gran error, primero y principalmente porque los políticos viven de los empresarios. Si estos no crearan riqueza, ¿de dónde iba a sacar el Estado los medios para costear sus programas? Es bueno que las compañías ganen dinero y, por supuesto, que paguen impuestos, siempre que estos no sean para cosas inútiles o para caprichos o para enriquecerse ellos. Yo opino en esto como Warren Buffett [presidente de Berkshire Hathaway y uno de los inversores más exitosos de la historia]. Buffett dice: «Oye, yo quiero pagar más impuestos, pero para ayudar a quien lo necesite, para crear infraestructuras y bienestar». Ahora, viendo el ejemplo que dan algunos gobernantes, no me extraña que muchos se resistan a tributar.
P.- ¿A qué ejemplo te refieres?
R.- A esos políticos que mienten más que hablan, que gastan lo que no tienen, que no administran bien… Es como ser padre de familia. Tú a tus hijos, ¿qué les dices? Yo con los míos he sido muy claro. «Os voy a exigir —les he dicho— aquello que yo sea capaz de cumplir y, si veis que no cumplo, no cumpláis tampoco». Con los políticos debería ser igual. Y si no son capaces de dar ejemplo, que no se metan.
«El crecimiento actual es un poco ficticio, no se está invirtiendo lo suficiente. Muchas carreteras están en mal estado, hay problemas en la sanidad y de la educación ya ni hablamos… El PIB aumenta porque a los españoles nos gusta gastar y vivir bien»
P.- De todas formas, con buen o mal ejemplo, la economía va bien. De los países grandes de la Unión Europea, España es el que más crece.
R.- Es una economía un poco ficticia.
P.- ¿En qué sentido?
R.- No se está invirtiendo lo suficiente. Muchas carreteras están en mal estado, hay problemas en la sanidad y de la educación ya ni hablamos… El PIB crece porque a los españoles nos gusta gastar y vivir bien, pero no tengo ninguna confianza. Ni en España ni, ojo, en Europa. La expansión actual se debe a que estamos produciendo muchas armas, pero ahí no está el futuro.
«El Estado central ha abandonado a los catalanes no independentistas hace muchos años, no es algo de ahora. Se han hecho concesiones excesivas, llegándose incluso al perdón por el caso Banca Catalana»
P.- ¿Quién lo está haciendo mejor, en tu opinión? ¿En quién habría que fijarse? ¿En Estados Unidos?
R.- Pues, mira, en Singapur.
P.- ¿En Singapur?
R.- Ahora mismo en España tenemos un conflicto terrible con los idiomas. En el Congreso han puesto intérpretes para que los vascos hablen con los catalanes o con los gallegos y esto va a ser la torre de Babel. ¿Es que no pueden entenderse entre ellos en castellano? Cuando Singapur alcanzó la autonomía [en 1959], el país era una ciénaga con una población compuesta por malayos, chinos, indios, algún inglés… «¿Y cuál va a ser nuestro idioma oficial? —se dijo su primer ministro Lee Kuan Yew—. ¿El hindi? ¿El chino?» Pues no, decidió que el inglés, porque era la lengua franca en todo el continente. También necesitaba unas fuerzas armadas para disuadir a los malasios, ¿y a quién recurrió? A los israelíes, que le recomendaron un ejército de leva dirigido por una cúpula de militares profesionales [una fórmula que le permitió disponer de un número de efectivos relativamente alto, dada la desproporción de partida entre su población y la de Malasia]. El reclutamiento obligatorio contribuyó, además, a construir una identidad colectiva. Después, Lee apostó por la sanidad y la educación. «Vamos a ser el país con la mejor sanidad y la mejor educación de toda Asia», se dijo. Y como el idioma oficial era el inglés, no le resultó difícil fichar a buenos catedráticos y buenos cirujanos. El resultado ha sido espectacular. Yo he estado en Filipinas y los ricos van al médico a Singapur y mandan allí a sus hijos a estudiar… Finalmente, Lee aprovechó la retrocesión de Hong Kong para quedarse con parte de su negocio financiero. Ahora han apostado por las aerolíneas y el turismo… Eso es una buena gestión. Aunque también te digo que sus gobernantes cobran mucho dinero.
P.- ¿Deberíamos pagar a nuestros políticos un sueldo más alto?
R.- Por supuesto, pero vinculado a objetivos.
«Tras las elecciones [del 12 de mayo] puede pasar de todo, pero no creo que haya referéndum. Sería el fin de España, porque después de los catalanes vendrían los vascos y los gallegos»
P.- Antes has comentado que a ti no te importa contribuir a Hacienda, y ahí sí que hay margen de mejora, porque la presión fiscal en España es inferior a la media europea. ¿Habría que subir los impuestos?
R.- La izquierda nos acusa a las multinacionales españolas de que pagamos menos del 15% de los beneficios, pero porque coge lo que ganamos en todo el mundo y lo divide por lo que tributamos solo en España. Omite que antes hemos cotizado en Francia, en Portugal, en Polonia… Al final, pagamos lo que nos corresponde, que es más o menos lo mismo en todas partes, salvo en Irlanda. Allí el tipo de Sociedades es más bajo y así les va. Hace apenas una década los irlandeses estaban en la bancarrota y hoy son los primeros o los segundos del continente en PIB per cápita.
P.- Los segundos, detrás de los luxemburgueses.
R.- Pues los segundos. Es un poco lo mismo que ha pasado aquí con Madrid y Cataluña. ¿Por qué traslada todo el mundo su sede social en Madrid? Porque es una comunidad que te abre las puertas y te ofrece una fiscalidad baja y un gran mercado.
P.- Tú tenías antes la sede en Barcelona…
R.- Fui de los primeros en marcharse y expliqué claramente mis razones. La primera es la falta de seguridad jurídica, que en Cataluña no existe, tenemos un Gobierno que es un cachondeo. Y luego necesitas talento y ¿cómo vas a traerte a un ejecutivo inglés, alemán o estadounidense? Estos profesionales te vienen para periodos cortos, de entre cinco y 10 años, y no van a tener a sus niños estudiando un idioma que no van a utilizar más en su vida. ¿En qué cabeza cabe esto? ¡Deja libertad a la gente y el que quiera estudiar catalán, que lo estudie! Mis hijos lo hablan, porque mi idea era vivir allí y quería que estuvieran integrados. Pero a un ejecutivo que está de paso, déjalo en paz, porque de lo contrario no va a venir.
P.- En tu opinión, el Estado central ha abandonado a los catalanes no independentistas.
R.- Totalmente, pero desde hace muchos años, no es algo de ahora. Se han hecho concesiones excesivas, llegándose incluso al perdón por el caso Banca Catalana [que la Audiencia de Barcelona sobreseyó al no encontrar indicios de delito, aun reconociendo que pudo haberse llevado a cabo «una gestión imprudente e incluso desastrosa»]. Y no hay que culpar de ello solo a un partido, tanto PSOE como PP confiaron en un [Jordi] Pujol que trabajaba para sus propios intereses, nunca para el resto de la sociedad española.
P.- ¿Y qué va a pasar tras las elecciones autonómicas del próximo 12 de mayo? ¿Habrá referéndum?
R.- Puede pasar de todo, pero no lo creo. Sería el fin de España, porque después de los catalanes vendrían los vascos y los gallegos… Somos un país de individualidades. Recuerdo hace años, cuando yo ya vivía en Cataluña, que volvía a Logroño y me decían: «Es que los catalanes tienen su autonomía y nosotros no». Y acabaron montándola y ahora tenemos una región de 350.000 habitantes con Congreso propio… Esto es un cachondeo, los españoles no necesitamos tantos gobernantes.
«Siempre he defendido que no haya cadenas públicas. ¿Por qué tengo yo que costear con mis impuestos un servicio que me dan gratis Antena 3 o Telecinco? ¡Y para que encima se dediquen a adoctrinarte!»
P.- Volviendo a la economía, los expertos dicen que tenemos un mercado laboral muy rígido y que por eso hay tanto paro.
R.- El problema de España no es ese. El problema es que la gente no quiere trabajar. Hay tantas ayudas que, cuando ofreces a alguien 1.200 euros, te contesta: «Es que no me compensa, porque ya cobro 700». Yo tengo un hotel [Las Dunas en Estepona, Málaga] y encontrar camareros es difícil, y no pago mal. Y luego otro tema son las bajas médicas. Un señor te dice que tiene depresión y se tira un año sin aparecer.
P.- Otro problema de España es, en tu opinión, la atomización de los medios de comunicación conservadores. ¿Necesitamos una Fox, como creo que has dicho tú alguna vez?
R.- Lo que yo he defendido siempre es que no haya medios públicos. ¿Por qué tengo yo que costear con mis impuestos un servicio que me dan gratis Antena 3 o Telecinco? ¡Y para que encima se dediquen a adoctrinarte, porque tú estás siete meses viendo TV3 [la autonómica catalana] y acabas haciéndote independentista! No tiene sentido. En Estados Unidos no hay televisión pública, no la necesitan.
P.- Una Fox sí que querrías tú que hubiera aquí…
R.- Hombre, algo diferente a lo que hay sí que necesitamos. El sector tiene poca variedad y, por lo menos últimamente, ha estado dominado por la izquierda.
«En el sector de la televisión existe poca variedad y, por lo menos últimamente, está dominado por la izquierda»
P.- ¿Y cómo se te ocurrió meterte a gestionar un club de fútbol?
R.- Estando yo de veraneo en Marbella [en julio de 2007], me llama el alcalde de Logroño [Tomás Santos], que era socialista, pero un tío muy bueno, y me dice: «Félix, tenemos un problema. El Logroñés está en la ruina, el equipo de baloncesto es flojito y el de balonmano ha perdido el patrocinio. Los niños se están quedando sin equipos de referencia en categorías nacionales. ¿No puedes echarnos una mano?» Y así empecé, cogiendo el Naturhouse de balonmano y el equipo de voleibol femenino de la ciudad. Tuve, no obstante, que dejarlos al salir a bolsa, porque los accionistas podían decirme que por qué me gastaba el dinero en eso, pero la experiencia me gustó y así fue como entré en el fútbol. Intenté rescatar al antiguo Logroñés, pero tenía una deuda reconocida de casi 15 millones de euros, que podía ser mayor porque no existía contabilidad de los tres últimos ejercicios. Era implanteable y abandoné la idea. Entonces un buen día se me presentan en mi despacho de Madrid dos directivos de un club de barrio de Logroño, el Varea, y me dicen: «Nos hemos clasificado para jugar el ascenso a Segunda B, pero no podemos ni viajar a Badajoz». «Bueno —les dije—, me ponéis el nombre en la camiseta y os pago el desplazamiento». No sé si fueron 10.000 euros, pero resulta que, contra todo pronóstico, van y ascienden. Y a las dos semanas los dos directivos me vuelven con que no tienen para la temporada en Segunda B. Hablé con el alcalde, creamos una sociedad anónima deportiva y rebautizamos el equipo como Unión Deportiva Logroñés. Y es algo de lo que estoy muy orgulloso, porque alrededor del proyecto he levantado una ciudad deportiva en la que tengo a miles de niños y niñas jugando.
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